Cinco minutos más y seré libre. Empiezo a
recoger todas mis cosas esparcidas por la mesa mientras la profesora de
Filosofía habla sobre Freud y el desarrollo psicosexual, que, para ser honestos
me interesa bien poco.
El gran problema es que esta profesora no
se calla hasta el último segundo de la clase lo que es bastante molesto. Es
viernes y quiero mi libertad ya. Un fin de semana para descansar.
La campana suena cortando todos mis
pensamientos. Me levanto ágilmente de la silla y espero a Melanie y Anna que
guarden sus cosas. Luego, caminamos las tres hacia el comedor mientras Melanie
empieza a quejarse —como siempre— de que si no hay algo rico de comer morirá de
hambre.
Estos días estoy un poco paranoica.
Miento. Muy paranoica. Lo único que hago es mirar todo el rato alrededor de mi
esperando que aparezcan esos malditos ojos verdes, lo cual me hace sentir muy
culpable. ¿Acaso quiero que parezcan? Ni en sueños.
Seriamente tengo que hacer algo con estos
pensamientos, tengo que dejar de pensar en él, que por cierto no le he vuelto a
ver desde la cafetería. Y eso es bueno, tiene que serlo.
En cuanto diviso a Jack en la cola para
coger su comida cualquier pensamiento sobre Gerard lo arrincono en un lado de
mi mente con una señal de prohibido.
Me sonríe a distancia y lo único que puedo
hacer es sonrojarme entera. Se ve tan increíblemente guapo que aún no he conseguido acostumbrarme a que sus ojos brillen cuando me ve.
Mientras tanto Mel, Anna y yo cogemos la
comida y cuando terminamos Roy y Jack ya están sentados y hablando sobre lo que
piensan hacer este fin de semana.
—Menos hablar y más comer chicos— suelta
Melanie en cuanto se sienta. Parece mentira que con todo lo que come mantenga
su figura perfecta.
—Estoy bastante seguro de que te pasas las
24 horas del día pensando en comida, Mel —dice Roy llevándose un tenedor de
espaguetis a la boca.
—Pues has fallado mi querido amigo, 12
horas pienso en comida, las otras 12 en chicos. Sois afortunados. Creo que
debería aumentar más horas a la comida… —pone su mano en la barbilla en modo
pensativo y seguido empezamos a reírnos.
Cuando llego a casa Richard y Miki están
discutiendo por algo en el salón.
—¿Qué os pasa a vosotros ahora?
—¡Vio! Papá dice que no me deja ir a la
fiesta de cumpleaños de mi amigo Samuel, ¡dile que me deje!
Miro con cara extrañada a mi padre en
busca de algo que me haga saber el porqué de que no le deje ir.
—Miki… si papá no te deja ir será por
algo, —alzo las manos a cada lado de mi cara— yo no puedo hacer nada contra
eso.
—¡Convencele!
—Miki ya te he explicado porque no puedes
ir a la fiesta, ese día trabajo y no puedo llevarte, no es mi culpa.
Michael pone cara triste y luego alza la barbilla y se cruza de brazos.
—Está bien papá, ahora me voy a mi cuarto
a marginarme de por vida.
Hace una salida dramática y se mete en su
cuarto.
—Wow.
—Papá no le hagas caso, esta en esta edad
extraña…
—Lo sé, pero me duele que hable así, no es
mi culpa que no pueda llevarle.
—No te preocupes, tendrá que acostumbrarse
a eso. Ahora es pequeño y no lo entiende.
Parece recomponerse un poco y luego
continúa.
—Por cierto, he comentado a los
compañeros de mi trabajo sobre lo que me dijiste y uno de ellos me ha dicho que su hermana tiene una
hija de 10 años a la que la encanta dibujar y le parece bien que vayas los
fines de semana a enseñarla un poco más sobre… eso.
—¡En serio! No me lo puedo creer, ¡eso es
genial! Dile a tu compañero que le diga a su hermana que estaré encantada de empezar cuando
quiera.
—Sobre eso… empiezas mañana.
Asentí y di una palmada de
felicidad. Ya era hora de que empezara a conseguir mi propio dinero para que
así, mi padre, no tenga que gastarse nada de lo que consigue por su trabajo en
mí.
—¿Y a qué hora empiezo?
—Tienes que ir desde las 11 de la
mañana hasta las 12, te pagarán 8€ por hora. Sábados y domingos.
Poco me faltaba para ponerme a dar saltos
de alegría.
—¡Perfecto! Esa niña terminará siendo una
artista, lo juro —dije sonriendo hacia mi nuevo reto.
Me tiré en la cama justo después de organizar
mi mochila con el material que usaría mañana y me tuve que recordar que la niña
tenía 10 años y no mi edad.
Desde mi cama me puse con un comentario de texto que nos había pedido la
de Lengua y algunas otras tareas que ya nos habían mandado en la escasa semana
del instituto que llevamos desde las navidades de invierno.
Cuando termino llamo a Jack, le cuento
todo y se alegra mucho por mí.
—Seguro que eres una estupenda profesora —su
voz trasmite orgullo.
—Eso espero, aun así estoy preocupada, ¿y
si no le caigo bien, o no me entiende cuando explico o...?
—Nena no te preocupes por eso, tu caes
bien a todo ser vivo del Planeta. Y te entenderá, estoy seguro.
Mi sonrisa se ensancha.
—Eres el mejor, ¿lo sabes no? —dije con
todo mi corazón. —Sí, sí que lo sabes, ya te respondo yo por ti.
Escucho su risa a través del móvil.
—Te quiero, mañana te llamo para que me
cuentes que tal te ha ido.
—Gracias Jacky, te quiero —y colgamos.
-
Cuando abro el ojo son las 10 de la mañana
y la alarma retumba en mis odios. Dejo que la música siga sonando para que me
despierte del todo y arrastro los pies hacia la cocina. Me preparo un sencillo
desayuno que me mantenga hasta la hora de comer y sin perder tiempo me aseo y
me visto con unos vaqueros y sudadera. Me pinto los ojos y me recojo mi alocado
pelo en una coleta para parecer más formal, o al menos intentarlo.
Me despido de mi padre y mi hermano, que me
desean suerte —gracias, la necesito— y sin más preámbulos cojo la gorra y las
gafas de sol, la mochila con el material y el bolso.
Saco el papel con la dirección de la casa
que se encuentra a cuatro paradas de metro de la mía. Camino con paso ligero hacia
el metro y en 20 minutos estoy parada en frente del portal que indica la hoja.
Me encuentro ridículamente nerviosa. Si estoy así
por una niña de 10 años no quiero imaginar cómo estaré el primer día de trabajo.
De todos modos no puedo dejar de sentirme emocionada y a la vez asustada.
—Deja de ser tan infantil Violet —susurro
con voz temblorosa.
Presiono el timbre que hace un pequeño
ruido indicando que ha sonado y espero a que alguien responda.
—¿Diga? —suena una voz de hombre demasiado
fuerte en contraste de la silenciosa calle y pego un salto. Malditos telefonillos.
—Eh… soy Violet, la chica que dará clases
de dibujo a…— mierda, ni siquiera se cómo se llama la niña. Maldigo para mis
adentros.
—Ah, si, claro Violet. Pasa.
Seguido de eso suena un pitido y empujo la
puerta para abrirla. Subo en el ascensor dos pisos y cuando salgo me paro en
frente de la puerta y antes de que pueda darle al timbre me abre un señor de
unos 45 años de edad, con el pelo rubio mezclado de canas y de una estatura alta
y firme que me hace pensar que de joven habría sido una hombre muy apuesto. Sus
ojos se esconden detrás del brillo de las gafas.
Me tiende la mano.
—Hola Violet encantado de conocerte, soy
Charlie —le estrecho la mano, cálida al tacto —pasa, te presentaré a mi hija.
Sonrío. Me conduce hasta un bonito salón y
allí hay una chica con el pelo color caramelo viendo la televisión.
Cuando nos ve entrar se levanta y me
sonríe.
—Cielo esta es Violet, la chica que te
ayudara a pintar mejor.
—Hola, yo soy Lucie.
Lucie se queda en el sitio y yo no sé muy
bien que hacer. Tiene unos grandes ojos pardos y estoy segura de que es mucho más
inteligente de lo que su carita de niña y su estatura menuda dan a entender.
—Hola Lucie. Me alegro mucho de conocerte.
Me aparto un mechón de pelo y lo meto detrás
de la oreja.
—Violet si no te importa, tengo que ir a
recoger a mi mujer. Estaremos de vuelta pronto. De todos modos mi hijo está en
su habitación al final del pasillo, si necesitas algo o pasa cualquier cosa díselo a él.
Me parece muy extraño —jodidamente extraño, para ser exactos— que me dejen prácticamente
a cargo de su hija cuando solo hemos intercambiado los nombres. Pero que confíen
en mí de esa manera sin apenas conocerme me da ánimos para seguir adelante.
—No hay problema Charlie.
—Pórtate bien Lucie —le da un beso en la
mejilla.
—Vale papá —le devuelve el beso a su
padre.
Luego me dice adiós con la mano y se va de
la sala. Unos segundos más tarde oigo el sonido de la puerta principal al cerrarse y me encuentro con una niña
de 10 años que no conozco en una casa que no conozco y por poco me entra el
pánico.
Y una mierda, soy Violet Strad y a mí no
me entra el pánico.
—Bueno, bueno. Esto sí que no me lo
esperaba.
Me giro de golpe.
Retiro lo anterior. A Violet Strad sí que
le entra el pánico. De hecho creo que en breves le dará un ataque de pánico de
los grandes.
Ahora mismo creo que mi corazón late como
si hubiera realizado una carrera de 50 metros lisos.
—¿Que estas —tomo aire, lo necesito para
continuar— haciendo aquí?
—Creo que esas es mi pregunta no la tuya,
ya que esta es mi casa.
De ninguna manera podía estar Gerard con
un pantalón de chándal negro, de una talla más grande que la suya y una
camiseta de tirantes gris que dejaban al descubierto unos tatuajes por toda la
zona del hombro derecho que bajaban hasta la muñeca —Violet, deja de fijarte en
sus tatuajes, ¡ya!— y con el pelo mojado como recién salido de la ducha. Y parado como quien no quiere la cosa en frente mío.
De ninguna jodida manera.