viernes, 29 de marzo de 2013

Capítulo tres


Old Yellow Bricks de Arctic Monkeys empieza a sonar por toda la habitación.

Al principio pienso que estoy soñando.

Luego recuerdo que es mi alarma de despertador por las mañanas para ir al instituto.

Por favor, quiero morirme.

¿Cuándo han sido las vacaciones de Navidad? ¿Cómo es que se han pasado sin apenas darme cuenta?

Quiero mis vacaciones de vuelta.

Pero como sé que no me las van a dar de vuelta termino con mi monólogo interno,  me levanto perezosamente y cojo el móvil para apagar la alarma. Al menos la canción me encanta y me anima un poco.

—Antes de nada voy a desayunar —pienso. 

Camino descalza por el antiguo suelo de madera que cruje a cada paso que doy. Llego a la cocina y preparo mecánicamente el desayuno: Taza, leche en la taza, calentar, cola cao en la leche. Listo.

Ahora que estoy más despierta diviso un plato con papel aluminio en una esquina de la encimera. Luego recuerdo que Miki hizo un bizcocho.

Me sale una sonrisa —una de las de verdad— y me acerco al plato. Le retiro el papel de aluminio y veo que me han dejado una trozo de delicioso bizcocho.

Apunto mentalmente darle las gracias al enano por pensar en mí.

Desayuno con prisas porque veo que voy a llegar tarde. Aun así saboreo el bizcocho, que está perfecto.

Cuando he terminado voy hacia mi cuarto y cojo unos leggins negros una camiseta y una sudadera con cremallera. Me lo llevo al cuarto de baño y allí me visto y me aseo. Luego me pinto un poco los ojos y me paso los dedos por el pelo para colocarlo un poco, pero no lo peino.

Cuando termino me pongo mis zapatillas negras viejas y listo, preparada para mi primer día de instituto del segundo trimestre.

-

Camino por la acera sin preocuparme de ir por la sombra porque no hay nada de sol. Aun así antes de salir me he puesto protección solar, mi tan usada gorra y  las Ray-Ban, como siempre. Tardo cinco minutos en llegar a la boca del metro —hubiera tardado dos minutos si no estuviera medio dormida— y espero paciente a la llegada de este.

Después de 5 estaciones llega el turno de levantarme del asiento —que por cierto ya estaba bien cómoda en él y me da una pereza tremenda levantarme— y salgo con otras muchas personas hacia el exterior.

Mi instituto se encuentra a un par de calles del metro, pero aquí ya hay un montón de adolescentes hablando —la mayoría gritando— y abrazándose por todo este tiempo que no se han visto.

Camino intentando no chocarme con nadie cuando unos brazos se me echan al cuello.

—Violet te estaba buscando —no hace falta que me gire para saber quién está susurrando a mi oído.

—Jack —sonrío

No voy a mentir, le había echado mucho de menos y me alegra saber que me estaba buscando.

Me giro para encontrarme con sus ojos oscuros y me fundo en su abrazo.

—Nena nunca me cansaré de decir que tienes unos ojos preciosos como para que unas gafas de sol te los tapen constantemente.

Mi sonrisa se ensancha.

—Si me quedo ciega por no llevar gafas, sería mucho peor— le paso un brazo por detrás de su cuello— ¿No crees?

—Por eso nunca me cansaré de decir lo bonitos que son —me sonríe y esa es mi perdición, reduzco los pocos centímetros que separan nuestros labios hasta que se juntan. 

Jack llego nuevo este año y va a mi curso, pero él está en ciencias y yo en artes. Gracias al cielo que al menos tengo el don del arte. Él definitivamente tiene el don de todo en absoluto. Llevamos juntos lo que tardamos en encontrarnos en el instituto, más exactamente en la cola de la cafetería esperando por nuestra comida ya que casi todas sus clases están en edificios distintas a las mías.  En cuanto nos vimos nos caímos bien y desde ahí es el novio más perfecto. Él está dentro de mis ‘mejores amigos’ que se pueden contar con los dedos de la mano.

Logro separarme un poco de su boca, no sin esfuerzo. Instituto, juro que te odio. —Llegaremos tarde —digo contra sus labios. Él sonríe y entrelaza sus dedos con los míos.

Mientras andamos por la calle le miro. No ha cambiado mucho desde antes de las vacaciones, pero su pelo casi negro que hace juego con sus ojos está más largo y despeinado. Me gusta el toque que da, tiene un aspecto de chico malo. Eso es algo que me pierde de él. 

Llegamos a la entrada del instituto y me da un beso en la sien. Me quito la gorra y las gafas.

—¿Te veo en la comida? —susurra contra mi odio.

—Seguro —le sonrío y nos alejamos en direcciones diferentes.

Casi no me da tiempo a echarle de menos ya que en cuanto llego al pasillo donde está la clase que tengo a primera hora —lengua, genial —aparecen Anna y Melanie, que, al verme agitan sus brazos para que me acerque.

En cuanto llego a ellas me fundo en un abrazo de tres.

—¿Cómo estáis chicas feas? —murmuro contra el hombro de Melanie.

—Tengo sueño —contesta Anna.

Suelto una carcajada y apretó más nuestro abrazo.

—¿Y cuando no tienes sueño?

—Violet, Anna siempre tiene sueño.

—Dejarme en paz, un día os juro que me caso con mi cama —dice entre risas —seré la persona más feliz con ella.

Nos soltamos del abrazo y Melanie me mira con esa mirada de quiero-que-me-cuentes-absolutamente-todo.

—Os he echado de menos —pongo cara de cachorrito.

—Y nosotras a ti —dicen al unísono —te aseguro que luego me vas a contar con pelos y señales todas tus aburridas vacaciones.

Melanie tiene razón, aburridas habían sido, ya que mientras que ellas estaban de vacaciones una en Londres con el resto de su familia que vive allí y la otra dándolo todo en Miami, yo me había quedado encerrada en casa.

De todos modos tampoco habían sido tan malas, mi padre siempre se esfuerza en que lo pasemos bien mi hermano y yo. No le culpo por el poco dinero que tenemos.

—Claro que sí, pero como bien has dicho son aburridas y no hay mucho que contar, en cambio —pongo un brazo en el hombro de Anna y otro en el de Melanie —vosotras si que me tenéis que contar todo sobre vuestra maravillosas navidades.

Se miran entre ellas y sonríen.

—A la hora de la comida, junto con Roy hablaremos de todo —dice Anna—, ahora para mi desgracia tenemos que entrar en el infierno.

Y dicho estO se encamina hacia la puerta del aula.

Mientras estoy en clase lo último que mi mente puede hacer es escuchar a los profesores. Lo único que hago es pensar en lo mucho que le ha crecido el pelo a Anna, que lo tiene de un marrón que queda genial con sus ojos verdes y en que no me sorprende nada que se quiera casar con su cama, yo también quiero.   

Melanie por otro lado lleva el pelo más corto y alocado de color rubio oscuro, que hace contraste con sus ojos negros.

Somos amigas desde hace muchos años, llegaron nuevas en primero de la ESO y desde entonces somos amigas junto con Roy. Roy es un chico adorable, me hace reír como nadie y doy gracias al mundo porque él sea mi amigo y me soporte, igual que Melanie y Anna. No sé que haría sin ellos.

Suena el timbre y pego un brinco. No recojo nada porque no hay nada en mi mesa que recoger así que solo me levanto y al minuto Anna, Melanie y yo estamos en camino de la cafetería.

—Dios estoy muerta de hambre —dice Melanie acelerando el paso—, espero que tengan algo rico de comida.

Anna y yo seguimos a Melanie hasta la cola para pedir la comida y ya cuando estamos las tres servidas nos vamos hacia la mesa en la que solemos comer. Nos sentamos y a los cinco minutos aparecen Roy y Jack —que por cierto van a las mismas clases— y se sientan con nosotras.

Roy empieza a contar sus navidades muy animado y dice que ha conocido a un chico —sí, Roy es gay— que le encanta y le vuelve loco.

Me quedo sin agua y les digo que en un momento vuelvo, me levanto de la silla y camino hasta la otra punta del comedor donde se encuentran las jarras de agua.

Me sirvo y dejo la jarra en su sitio.

—¿Me has echado de menos?

Me quedo paralizada de pies a cabeza.

No hace falta que me gire para saber quién se  encuentra a mi espalda, su tono de voz sigue siendo el mismo. 

Aun así, cuando mi sangre vuelve a circular por mi cuerpo  y ya pensando que me he vuelto totalmente paranoica y me he imaginado esa voz, me giro lentamente.

Me encuentro con una sonrisa arrogante y unos ojos verdes. 

Gerard.

sábado, 16 de marzo de 2013

Capítulo dos


Me escondo detrás de mi donut medio mordisqueado —lo cual me hace parecer bastante patética —y miro al chico sin perder detalle. 

Avanza ligero hacia la barra y tiende a Loreen, la camarera,  un billete de dinero pero no consigo ver la cantidad de este.

Mientras tanto, desde detrás de mi protector donut le hago un chequeo rápido, lo hacemos todas las mujeres a prácticamente todos los hombres, nada del otro mundo.

Va extrañamente bien vestido, con pantalones negros y camisa blanca bien abotonada y colocada. Su pelo parece marrón claro y peinado hacia un lado de una manera muy sexy, solo que ahora él esta de espaldas y no puedo ver el resultado final de ese pelo enmarcando su cara. Tiene una postura un poco forzada apoyando sus codos sobre la barra, impaciente.

Loreen le tiende unos cuantos billetes —lo que quiere decir que el chico solo ha venido para cambiar algo de dinero ­—y se da la vuelta hacia la puerta de salida.

Cuando se gira puedo ver mejor su aspecto. La camisa le sienta como un guante y, definitivamente su peinado le favorece en lo absoluto aunque supongo que ahora lo lleva más peinado que en su vida diaria. Sigo subiendo y me encuentro con su cara. Su tono de piel es claro, pero de muchos tonos más moreno que el mío —es más, posiblemente el 90% de la población tenga el tono de piel más moreno que el mío.

Parece serio, y sus —oh, dios ­—ojos brillan como si le estuviera dando el sol directamente aunque aquí no hay ni una pizca de sol.

Aparto el donut porque ya no me parece necesario, y justo antes de que él salga por la puerta —cinco segundos después de que se alejara de la barra —me di cuenta. Abro mucho los ojos y mi corazón se para por unos segundos. 

Primero pienso que me lo estaba imaginando, que él no puede ser realmente…

Desecho ese pensamiento —¡Pero en que estoy pensando!—. Él puede ser perfectamente alguien que se le pareciera mucho, o alguien de su familia, o un millón de posibilidades más.

Así que termino mi donut, bebo mi cola cao, me despido de Loreen, pongo mis gafas y mi gorra en su lugar y salgo para despejarme e ir a mi casa en busca de algo que me entretuviera de estos pensamientos.

Meto las llaves en la vieja cerradura del piso en el que vivimos mi padre, mi hermano de 11 años y yo. Estaba en un tercero en un edificio de cuatro plantas, lo que implicaba: 1- tener que subir tres tramos de escaleras —aquí ascensor ni olerlo­—, y 2 -tener una solitaria vecina en el piso de arriba con un gato y tres perros que suelen darnos la noche y no dejarnos dormir.

Por suerte no era una lista muy larga así que no me puedo quejar.  

Entro y lo primero que escucho es al enano de Michael y mi padre discutiendo por algo de comida. Solo escuchaba algunos fragmentos de conversación como chocolate, huevos y harina lo que me hizo pensar que para mi suerte estarían haciendo un bizcocho o similar.

Avanzo por el estrecho pasillo y antes de nada voy a mi cuarto que se encuentra al otro lado de la casa y paso desapercibida por la discusión padre-hijo. Dejo el bolso y demás encima de mi cama y miro el móvil por si había algo interesante allí. No lo había. Así que voy al único cuarto de baño de la casa que se encontraba en la puerta contigua a la mía.

Procedo a limpiarme la herida de mi brazo que con un poco de suerte no quedaría cicatriz.

Cuando termino me hago una coleta y voy a la cocina. Como supuse estaban haciendo un bizcocho de chocolate y naranja —el favorito de mi hermano —y eso me hizo pensar que el enano había ganado la discusión.

Miki se gira y me ve apoyada en el marco de la puerta.

—¡Violet! —dijo con entusiasmo y levantó el recipiente donde estaba mezclando los ingredientes— estamos haciendo bizcocho de chocolate y naranja, ¡¿a que es genial?!

Sonreí

—Lo es, pero si te lo comes tu todo y no me dejas probar ni un poquito no será genial, Miki —me acerco a su lado y le paso la mano por su pelo negro ceniza del mismo color que el de mi padre y el mío, solo que el de ellos era rizado y el mío liso y alocado, como era el de mi madre. 

Mi padre se acercó y me dio un beso en la sien.

—¿Qué tal con la ...eh... doctora? —Su tono de voz es bajo, seguramente para que Miki no lo escuchara.

—Innecesaria —le digo mirándolo a los ojos —no entiendo porque no me crees, nunca lo entenderé papá.

Baja la cabeza y pone una mano en mi hombro, parecía preocupado.

—Yo solo… me preocupo por ti y lo único que quiero es que estés bien… —empezó con lo mismo de siempre así que le corto antes de que llegáramos al tema de mi madre.

—Está bien papá, ya he ido a la psicóloga, todo solucionado.

—Gracias hija, eso me deja mucho más tranquilo.

Sacudo mi cabeza y me puse a ayudar a Miki. Trituré la naranja hasta que quedo como un zumo y así me desahogué.

El lunes se terminarían las vacaciones de navidad y tendría que volver otra vez a la tan odiada rutina. No me apetecía ni lo más mínimo, lo único bueno de todo eso es que vería a mis mejores amigos de nuevo que se podían contar con los dedos de una mano.

Lo bueno de no tener abundantes ‘buenos amigos’ es que no tenía ‘enemigos’.

En realidad no tenía un ‘enemigo’ desde sexto de primaria, y ahora estaba en segundo de bachillerato.

Seis años hacía que no tenía un enemigo.

Pero mucho me temía —una simple corazonada que mi suerte había llegado a su fin. 

lunes, 11 de marzo de 2013

Capítulo uno



—Simplemente fue un accidente —y ahí estaba otra vez, la mirada de pobre-chica-extraviada-sin-remedio. Dios, estaba harta. 

—Pero querida, yo solo quiero ayudarte y lo primero que has de hacer es reconocer tus errores para poder trabajar con ellos y solucionarlos.

No. Lo primero que has de hacer tu es dejarme en paz y creerme. 

—Pero el problema está en que solo fue un accidente —repito —no trataba de suicidarme. 

He podido decir esto unas trescientas mil veces, pero no me cree, nadie me cree.También el problema estaba en que mi padre, único aportador de dinero en nuestra pequeña familia, andaba escaso de dinero y claramente no le llegaba el presupuesto para un psicólogo de mayor rango que esta. Por ello me había tocado a la Dra. Libpleon que debía ser la psicóloga más lerda de la ciudad. Yo lo siento, está claro que ella tiene su carrera y todo, pero no es mi culpa que ella y yo no nos entendamos, eso es todo. También puede que influya que tenga un aire a Dolores Umbridge, la tan repelente profesora de Defensa Contra las Artes Oscuras en Harry Potter. Seguro que la recuerdan, toda de rosa y como una pesadilla.

—Pero querida, —deja de llamarme querida, no soy tu querida —que aparecieras tirada en el cuarto de baño con toda la muñeca ensangrentada me indica lo contrario. 

Sip, eso es cierto, pero que mi padre se empeñara en tener un mini cactus  como planta decorativa en el cuarto de baño no es mi culpa. 

—Dra. Libpleon, solo resbalé y me fui a sostener de alguna manera y mi brazo chocó contra el cactus, que provocó mis heridas, sinceramente fue solo eso lo que pasó, nada más. ­—De nuevo, la mirada de pobre-chica-extraviada-sin-remedio. Me cansé, tenía que salir de esa pequeña sala cuanto antes. ­­ 

—De todos modos, me parece que la sesión se ha terminado y yo tengo que llegar a un sitio cuanto antes ya que de lo contrario me cortarán en pedazitos y —fuerzo una enorme sonrisa —no quiero que eso pase ya que no quiero morir. 

Espero que capte la indirecta. Ella se quita las gafas y las deja sobre su mini escritorio organizado.

—Muy bien, entonces, hemos terminado, espero que vuelvas por aquí para seguir progresando. —Me sonríe. 

No encanto, antes que volver a este lugar me suicido, y esta vez de verdad. Me levanto ágilmente de la silla de este tejido que odio  tanto, terciopelo, hago un saludo a modo de despedida con la mano, fuerzo otra sonrisa y en menos de cinco segundos ya estoy fuera, libre, al fin. 

Justo antes de salir del recibidor acomodo mi gorra en la cabeza y pongo mis gafas de sol ante mis ojos, que aunque fuera no haya apenas sol, yo he de prevenir por si acaso, como siempre dice mi padre. Esto lo hago porque tengo un poco de alergia al sol, nada preocupante, pero mi padre tan protector como siempre me lleva poniendo gafas de sol y corra desde que tengo uso de conciencia. Yo le comprendo, en más de una ocasión me han salido sarpullidos bastante feos y no muy agradables de soportar, así que solo me pongo la gorra, camino por las sombras y en verano me aso de calor con ropa de invierno. Las gafas son porque por lo visto, el sol me odia de todos los modos posibles y quiere que mis ojos sufran cada vez que les da la luz de sus asquerosos rayos.

Que tengo que llegar a un sitio cuanto antes obviamente es mentira, ¿un sábado por la mañana? los únicos planes que tengo los sábados por la mañana son dormir, pero como mi papa me ha levantado para ir al psicólogo ahora no tengo ningún plan. Decido ir a una cafetería a tomar un bollo o algo, lo que sea, y leche con chocolate. Tampoco he desayunado, no había tiempo, y mi estómago grita por algo de comida.Llego en unos diez minutos, he pasado unas cuantas cafeterías pero como no me decidía con ninguna he terminado en la misma de siempre, pequeña y acogedora. 

Entro y me quito la gorra y las gafas y voy directa a la camarera a pedirle un donut y leche con chocolate, ella me sonríe y yo la sonrío de vuelta. Tiene la piel oscura y unos 40 años de edad, pero aparenta menos, es todo sonrisas y amabilidad, por eso también me gusta esta cafetería. Pronto tiene mi pedido, lo cojo y me siento en una mesa solitaria cerca de la ventana para ver pasar a la gente y sus tan ajetreadas vidas.Muerdo mi donut y por la periferia de mis ojos veo que entra una familia a la cafetería que hace su pedido y se sienta en una mesa alejada de la mía, pero cerca de todos modos ya que el sitio es pequeño. 

En realidad en lo que me fijo es en la persona que entra después.

En realidad solo me fijo en sus ojos verdes.